¿Cómo será la sociedad comunista?

Si no somos capaces de imaginar como sería la sociedad ideal en la que nos gustaría vivir jamás llegaremos a ella, el primer paso es poder representarla en nuestra mente.
Aquí voy a tratar de explicar como la imagino yo.
El tránsito de la sociedad capitalista a la comunista es algo que no se puede hacer de golpe, en primer lugar porque, aunque lográramos hacernos con el poder, al principio tendríamos que dedicar la mayor parte de nuestros esfuerzos, no a construir la sociedad comunista, sino a vencer la resistencia feroz de la burguesía que no se va a resignar por las buenas a perder sus privilegios y que utilizará todos los medios a su alcance para tratar de recuperarlo: golpes de estado, terrorismo, etc (Solo hay que recordar los numerosos ejemplos históricos que tenemos sobre como reacciona la burguesía cuándo se siente amaenazada: Chile 11 de septiembre de 1973, España 18 de Julio de 1936, Invasión de Bahía de Cochinos (Cuba) 1961, etc)
En segundo lugar habría que vencer la propia resistencia de muchos sectores de la propia clase trabajadora, es ingenuo esperar que la mayoría de las personas cambie de mentalidad fácilmente de la noche a la mañana después de siglos de alienación, la mente de la mayoría de trabajadores está impregnada de ideología burguesa hasta la médula.
Para comprender esto último solo hay que imaginar que sucedería si mañana se anunciara por la tele que El Corte Inglés abrirá sus puertas de par en par y todo el mundo podrá llevarse todos los artículos que quiera sin pagar. Lo que pasaría es que una horda humana arrasaría el centro comercial y en pocas horas no quedaría ni una bolsa de pipas.
Sin embargo en una sociedad comunista la gente irá al centro de distribución y se llevará lo que necesite sin pagar y no habrá saqueo ni acaparación ¿Por qué? Pues porque la obsesión por acaparar procede del modo en que está organizada la producción y la distribución en la sociedad capitalista: sabes que hoy tienes dinero y trabajo pero no sabes si lo tendrás mañana, por eso si tienes oportunidad de llevarte cuatro pares de zapatos te los vas a llevar aunque solo necesites uno, los otros tres los puedes guardar por si te hacen falta más adelante o los puedes vender para ganar dinero con el que comprar otras cosas que necesites.
En una sociedad comunista no tiene sentido acaparar ¿para que cargar con cuatro pares si solo necesitas uno? Ya volverás a por otro par cuando se te hayan gastado estos, además tampoco los vas a poder vender: no existe el dinero. 
Pero educar a la gente y concienciarla de que no es necesario acaparar, y que si todos actuamos con sensatez y tomamos solo lo que necesitamos habrá suficiente para todos y todos podremos ser felices, es una tarea que llevará tiempo. Al principio tendrá que haber algún tipo de control y límites, un número máximo de artículos de cada clase por persona o familia por ejempo, hasta que poco a poco la gente se vaya acostumbrando y se de cuenta de que es absurdo acumular.
En la sociedad comunista la propiedad de los medios de producción será común y no existirá el dinero ni ninguna otra forma de valor de cambio ni de "valor" a secas (para más información sobre el valor véase el primer capítulo de El Capital de Karl Marx), solo valores de uso, cosas útiles que satisfagan necesidades humanas. 
Gracias a la tecnología casi todas las tareas pesadas o rutinarias estarán automatizadas y aquellas en que no sea posible serán compartidas por todos sin distinciones, cada persona dedicará unas pocas horas a la semana a realizar ese tipo de tareas. El resto del tiempo lo dedicará a otras actividades más creativas, el concepto de trabajo y nuestra relación conflictiva con él cambiará: ya no será algo que tenemos que hacer por obligación para ganar un dinero con el que vivir. Las personas no trabajarán a cambio una determinada cantidad de dinero o mercancias, se dedicarán a la actividad que más les guste o esté más acorde a sus aptitudes y en la que se sientan más realizados como personas y de este modo serán más productivos para la sociedad a la vez que más felices en su vida personal. Todos tenemos la experiencia de que cuándo hacemos algo que realmente nos gusta podemos estar muchas horas trabajando en ello sin que nadie nos obligue.
Ya sé que todo esto suena muy utópico pero sería perfectamente posible en el futuro si realmente deseamos que suceda, si somos capaces de imaginarlo y luchamos por ello.

El huevo y el polluelo como metáfora del capitalismo y la revolución

La metáfora de un huevo de gallina me parece apropiada para explicar la diferencia entre reformismo y revolución y la necesidad de superar los límites del sistema.
Durante el proceso de desarrollo del  embrión la cáscara del huevo le aísla del exterior protegiéndole de las agresiones externas, pero una vez terminado el proceso lo mismo que hasta entonces le había servido de protección se convierte en un obstáculo que el polluelo, ya completamente desarrollado, tiene que salvar para poder continuar su desarrollo o de lo contrario perecerá.
La economía capitalista supuso un avance en su día con respecto a sistemas económicos anteriores, como el feudalismo, pero a su vez generó nuevas formas de dominación y de explotación.
Para tratar de corregir estos males surgieron nuevas formas de lucha en su mayoría reformistas, es decir: no impugnaban el sistema en su conjunto sino que aspiraban a lograr mejoras graduales dentro del propio sistema: aumento de sueldo, mejores condiciones laborales, etc. Pero aunque es posible conseguir mejoras, y de hecho se han conseguido muchas en la historia del movimiento obrero, esta forma de lucha tiene sus límites, llega un momento en que ya no es posible seguir consiguiendo mejoras sustanciales dentro del sistema, se llega al tope, el sistema ya no da más de sí. De la misma forma que el cascarón, llegado un momento crítico, se convertía en un obstáculo para el desarrollo del polluelo así mismo los límites impuestos por el capitalismo se convierten en un obstáculo que la clase obrera debe vencer si quiere seguir avanzando y conseguir su plena emancipación, es entonces cuándo llega el momento de la ruptura, de la revolución que nos conducirá a una nueva fase de desarrollo dentro del marco de un nuevo sistema con nuevos límites más amplios.
Ese momento está llegando ya, es difícil predecir el momento exacto en que se producirá, puede ser dentro de 15 años o dentro de 75, no creo que mucho más, eso es bastante tiempo en la vida de una persona pero es un tiempo insignificante en términos históricos.

Vivo en el Raval (carta de un vecino del barrio del Raval de Barcelona escrita el 16 de agosto de 2011)

Vivo en Barcelona en el barrio El Raval, antes barrio Chino o distrito V, desde el año 1982. La memoria es corta e interesada. Hoy, cuando se habla de la inseguridad ciudadana en mi barrio, nadie quiere acordarse de lo que era el barrio en los años ochenta. Yo sí me acuerdo: un barrio donde era raro ver pasar a alguien por la calle Joaquín Costa más allá de las diez de la noche. Un barrio donde el caballo (la heroína) galopaba desbocado. Un barrio donde alguien desesperado mató a mi vecino cuando fue a por pan. Eran años en los que no despertábamos mucho interés, ni mediático, ni político, ni mucho menos turístico. Vázquez Montalván, hijo del barrio, se acordaba de nosotros en sus novelas. Las guías de la Barcelona describían el barrio como un lugar pintoresco y canalla.

Y llego la Barcelona Olímpica y el gran plan que habría de convertir Barcelona en el parque para turistas cutres que es ahora. El barrio se trasformó a golpe de piqueta y a oleadas de emigración.

Unos recién llegados, “nou vinguts”, de todas partes del globo, filipinos, marroquíes, dominicanos, paquistaníes, bangladesíes, ecuatorianos, etc. Unas gentes que llenaron el barrio, que lo rellenaron, que lo hicieron suyo, que abrieron comercios, que trabajan y viven y tienen hijos en el barrio. Las calles se llenaron de vida, a veces demasiada. Las noches estivales no tienen fin y algunos pisos rebosan por los balcones de humanidad. Pero mi vecino puede bajar a cualquier hora a comprar pan, lo más grave que le pasará, es que le ofrezcan una lata de cerveza o una película. Así ha sido hasta ahora.

Hasta ahora. Desde hace unas semanas observo una presencia policial en mi barrio desacostumbrada, estábamos tan habituados a su ausencia… ¿A qué vienen? ¿A quién protegen? Desde luego no a los chavales que pasan sus horas de jóvenes parados acodados en cualquier rincón, no a los indigentes que ahogan sus penas y miserias en el cartón de vino barato, no a los inmigrantes sin papeles que intentan ganarse la vida, no a los vecinos que hemos sabido vivir y apreciar la vida de nuestro barrio. ¿A qué vienen entonces? Vienen a hacerse la foto, a qué les vean y a ser vistos. Vienen a cumplir el mandato del político de turno. ¡Acabemos con la inseguridad ciudadana!

Pero, ¡Ay! No es la inseguridad de mi vecino recién despedido por no sé qué recorte. No la inseguridad de mi vecina a la que han dado hora para las pruebas en noviembre, es probable que tenga algo malo, eso le ha dicho la doctora. No la inseguridad del hijo de mi tendera que con seguridad no obtendrá plaza en las únicas tres guarderías públicas que hay en mi barrio. No a la inseguridad de la señora, con tres hijos, que cobra el PIRMI y que ha visto como este mes la marean de una oficina a otra por no sabe qué tecnicismos. No la inseguridad del viejo al que están presionando para que abandone su piso de renta antigua para montar apartamentos turísticos.

No, no vienen a protegernos de esas inseguridades. ¿Entonces a qué vienen?