Vivo en el Raval (carta de un vecino del barrio del Raval de Barcelona escrita el 16 de agosto de 2011)

Vivo en Barcelona en el barrio El Raval, antes barrio Chino o distrito V, desde el año 1982. La memoria es corta e interesada. Hoy, cuando se habla de la inseguridad ciudadana en mi barrio, nadie quiere acordarse de lo que era el barrio en los años ochenta. Yo sí me acuerdo: un barrio donde era raro ver pasar a alguien por la calle Joaquín Costa más allá de las diez de la noche. Un barrio donde el caballo (la heroína) galopaba desbocado. Un barrio donde alguien desesperado mató a mi vecino cuando fue a por pan. Eran años en los que no despertábamos mucho interés, ni mediático, ni político, ni mucho menos turístico. Vázquez Montalván, hijo del barrio, se acordaba de nosotros en sus novelas. Las guías de la Barcelona describían el barrio como un lugar pintoresco y canalla.

Y llego la Barcelona Olímpica y el gran plan que habría de convertir Barcelona en el parque para turistas cutres que es ahora. El barrio se trasformó a golpe de piqueta y a oleadas de emigración.

Unos recién llegados, “nou vinguts”, de todas partes del globo, filipinos, marroquíes, dominicanos, paquistaníes, bangladesíes, ecuatorianos, etc. Unas gentes que llenaron el barrio, que lo rellenaron, que lo hicieron suyo, que abrieron comercios, que trabajan y viven y tienen hijos en el barrio. Las calles se llenaron de vida, a veces demasiada. Las noches estivales no tienen fin y algunos pisos rebosan por los balcones de humanidad. Pero mi vecino puede bajar a cualquier hora a comprar pan, lo más grave que le pasará, es que le ofrezcan una lata de cerveza o una película. Así ha sido hasta ahora.

Hasta ahora. Desde hace unas semanas observo una presencia policial en mi barrio desacostumbrada, estábamos tan habituados a su ausencia… ¿A qué vienen? ¿A quién protegen? Desde luego no a los chavales que pasan sus horas de jóvenes parados acodados en cualquier rincón, no a los indigentes que ahogan sus penas y miserias en el cartón de vino barato, no a los inmigrantes sin papeles que intentan ganarse la vida, no a los vecinos que hemos sabido vivir y apreciar la vida de nuestro barrio. ¿A qué vienen entonces? Vienen a hacerse la foto, a qué les vean y a ser vistos. Vienen a cumplir el mandato del político de turno. ¡Acabemos con la inseguridad ciudadana!

Pero, ¡Ay! No es la inseguridad de mi vecino recién despedido por no sé qué recorte. No la inseguridad de mi vecina a la que han dado hora para las pruebas en noviembre, es probable que tenga algo malo, eso le ha dicho la doctora. No la inseguridad del hijo de mi tendera que con seguridad no obtendrá plaza en las únicas tres guarderías públicas que hay en mi barrio. No a la inseguridad de la señora, con tres hijos, que cobra el PIRMI y que ha visto como este mes la marean de una oficina a otra por no sabe qué tecnicismos. No la inseguridad del viejo al que están presionando para que abandone su piso de renta antigua para montar apartamentos turísticos.

No, no vienen a protegernos de esas inseguridades. ¿Entonces a qué vienen?

No hay comentarios:

Publicar un comentario